Mentira, verdad, realidad y ficción en los medios de comunicación (sociales o de masas): “Francisco Rico, Javier Cercas y Arcadi Espada” (IV)

En fin, que solo dos días después del artículo de Javier Cercas en defensa del defenestrado y otrora profesor del autor de Soldados de Salamina —el académico Francisco Rico—, el periodista de El Mundo Arcadi Espada —Cercas escribe para El País— vuelve a cargar nuevamente contra el primero, una vez más, a propósito de la manida pero no por ello menos interesante cuestión de la ficción en un mundo de realidad; de otra manera: hasta qué punto es lícito mezclar realidad y ficción, «verdad» y «mentira».

A propósito de otro asunto más peliagudo si cabe que el tema de mezclar realidad y ficción, y sobre el que iremos próximamente—, escribe Cercas a finales de enero de 2011, casi tres semanas antes del artículo de más abajo, firmado por Espada:

Sr. Director [Pedro J. Ramirez. El escrito es un carta al director de El Mundo]:

A juzgar por lo que escribe en «El Milikito» (El Mundo, 25-1-2011), a Arcadi Espada le ha sentado tan mal el éxito de mi libro Anatomía de un instante como le sentó hace diez años el de Soldados de Salamina. Confieso que el sufrimiento de este hombre me halaga. Pero no soy muy partidario de poner la otra mejilla. En su artículo, Espada viene a llamarme mentiroso, payaso, oportunista y etarra. Este desparpajo, sin embargo, no es lo más llamativo: lo más llamativo es la lectura delirantemente deshonesta (o simplemente necia) que hace de mi artículo «Adiós, muchachos» (El País, 23-1-2011). Estoy dispuesto a discutir con casi todo el mundo mis opiniones, quizá equivocadas y quizá no, sobre el fin de ETA; con Espada es imposible: primero porque lee lo que quiere y no lo que uno escribe, y segundo porque su prosa no está hecha para el razonamiento sino para el insulto o, todo lo más, para el desplante, lo que significa que cualquier intento de entablar un debate intelectual con él sólo puede degenerar en una reyerta de chulos. No me parece que sea eso lo que merecen los lectores de El mundo, a quienes ruego por ello que se abstengan de leer la última frase de esta carta: Espada, mentecato, es la última vez que te contesto, que bastante tiempo me has hecho perder ya. Javier Cercas. Escritor.

Muchos los conocerán; en cualesquiera casos, va siendo hora de presentar a ambos:

En fin, que por el asunto que nos atañe en estos momentos («Mentira, verdad, realidad y ficción en los medios de comunicación sociales o de masas»), Arcadi Espada escribió lo que sigue a continuación:

NOTA: no deja de ser curioso que me dé por publicar esto cuando hoy, en medio de una redada contra el blanqueo de capitales punta del iceberg, pues a saber lo que saldrá de ahí, y con esto no juego a ser Espada, ha sido detenido, entre otros, el conocido actor porno «entre otras cosas» Nacho Vidal.  Suceso que nada tiene que ver con lo de más abajo, pero puede mostrar (ayudar, cuanto menos) a entender un poco el meollo de la cuestión a la que venimos a referirnos con esta serie de entradas.

Por Arcadi Espada (15/02/2011)

Gato al agua

No podría yo imaginar que después de haber escrito aquí mismo que los escritos y melopeas de Javier Cercas merecen mi atención una vez por década iba a reincidir al cabo de tres semanas. Sin embargo, las circunstancias de su detención y, sobre todo, de la publicidad de su detención, durante la operación policial que ha llevado al acabamiento de una trama de explotación sexual en Arganzuela, me obligan a volver con él.

Como sucede tantas veces en nuestro periodismo no siempre el grano se separa adecuadamente de la paja. Y el hecho de que Cercas estuviera haciendo uso de una de las casas de Arganzuela la misma madrugada, del pasado domingo, en que irrumpió allí la policía ha acabado mezclando innoblemente su nombre con el de los cabecillas de la red. Parece lógico que la policía condujera a comisaría a los clientes de la llamada, en prosa antigua, casa de tolerancia para verificar su identidad; un trámite que acabó con la inmediata puesta en libertad del escritor, sin cargo alguno y tal vez con la ruborizada sorpresa de algún funcionario. Pero no es ni lógico ni justo ni tolerable que su nombre fuera citado al día siguiente en uno de esos siniestros programas televisivos que se llevan el gato del periodismo al agua, pero sólo para escaldarlo.

Mis polémicas con Cercas son más o menos conocidas. Hemos debatido dura y briosamente sobre la realidad y la ficción, la literatura y el periodismo, y también sobre la vanidad humana. Este pasado domingo el diario El País, aún ignorante de su detención (cabe esperar, por cierto, que no se repita con Cercas el bochornoso asunto Vigalondo) publicaba un artículo donde, en cierto modo, el escritor volvía a las andadas. Quién sabe si yo, forzando mi dieta (recuerden, uno por década) habría contestado a ese artículo en la forma y manera que me hubiesen parecido adecuadas. Pero, obviamente, los sucesos de Arganzuela se imponen con la cruda luz de los hechos y aplazan cualquier reanudación de la polémica. Es por completo miserable que alguien haya querido mezclar a Cercas con el tráfico de personas; y hablo perfectamente en serio y no quiero que nadie vea, ni ensartada, mi punta polémica sobre sus manejos con personas y personajes. Cercas podrá ser cualquier cosa, de hecho lo es; pero jamás un malvado. Que hayan arrastrado su nombre por auténticos lupanares, que no son desde luego los de Arganzuela, me llena de de espanto y desprecio. Sobre todo, porque el caso no refleja más que nuestra identidad de inofensivos soldados, al fin y al cabo sólo interesados en las maniobras de la retórica, el estilo y la verdad.

Vaya desde aquí mi fraternal abrazo a la víctima Cercas y mi deseo de que se recupere pronto del mal trago infame. Aquí le espero, seguro de que volverá sabio y recrecido a la lucha.

Fuente: https://literaturaiesbi.wordpress.com/2011/02/16/gato-al-agua-por-arcadi-espada/

Mentira, verdad, realidad y ficción en los medios de comunicacion (sociales o de masas): “Francisco Rico, Javier Cercas y Arcadi Espada”:

Mentira, verdad, realidad y ficción en los medios de comunicación (sociales o de masas): “Francisco Rico, Javier Cercas y Arcadi Espada” (III)

Recopilemos. El 11 de enero de 2011, el académico Francisco Rico escribe un artículo titulado «Teoría y realidad de la ley contra el fumador». Hordas de agélastes —en palabras del propio autor, «una palabra tomada del griego que significa los que no ríen, los que no tienen sentido del humor», como diría Javier Cercas —autor, entre otras, de Soldados de Salamina La velocidad de la luz y que, para el común de los mortales, necesita menos presentación que el primero—, se echaron a la yugular de Rico por haber escrito este al final de su artículo:

P.S. En mi vida he fumado un solo cigarrillo.

Poco más de un mes después —el 20 de febrero—, Milagros Pérez Oliva, Defensora del Lector en El País, se vería obligada —por segunda vez desde el artículo de Rico— a defender a sus lectores de las «polémicas palabras» del académico Francisco Rico; esta vez, a raíz de un artículo publicado siete días antes por Javier Cercas —otrora alumno de Rico—, en defensa de de su otrora maestro: El hombre a un cigarrillo pegado.

Por Javier Cercas (13/02/2011)

Rico, al paredón

Una frase: «Exigimos una campaña legal contra quienes propagan mentiras políticas deliberadas y las diseminan a través de la prensa». ¿Quién escribió eso? Adolf Hitler, en 1920. ¿Qué significa eso? Significa, al menos, que hay que desconfiar de los cruzados contra el embuste, porque el énfasis en la verdad delata casi siempre al mentiroso. En el periodismo también ocurre: nunca faltan los paladines del oficio que tratan de esconder sus mentiras indudables denunciando las falsas mentiras de otros. La argucia suele funcionar. Tanto que ha habido quien, embalado por el éxito de sus anatemas, ha llegado a exigir que incluso lo que se cuenta en las novelas sea verdad; fantástico: dado que, como dice Vargas Llosa, escribir novelas consiste esencialmente en mentir -en mentir con la verdad, claro está, en contar una mentira factual para decir una verdad moral-, exigirle a un novelista que no mienta viene a ser como exigirle a un delantero centro que no meta goles.

El mejor lugar donde asediar la verdad factual del presente es el periódico. ¿Quiere esto decir que hay que exigir que todo lo que se cuenta en el periódico responde a la verdad de los hechos? A mi juicio, no. Y pongo un ejemplo. Imaginemos que Juan José Millás publica un artículo en el que, impostando la voz de una mujer, cuenta que se despierta de madrugada, va a la cocina a beber un vaso de leche y al abrir la nevera se encuentra dentro a su madre enana, con un cubata de Bacardí en una mano y un porro en la otra. Imaginemos también que ese mismo día recibe Millás una llamada del director del periódico. ¿Cómo estás, Juanjo?, dice el director. Bien, dice Millás. ¿Y usted? No tan bien, dice el director. Acabo de leer tu columna de hoy y no me ha gustado un pelo. No me joda, dice Millás. No te jodo, dice el director. En los periódicos no se cuentan mentiras, Juanjo: ni tú eres una mujer ni tu madre es enana; además, sé de buena tinta que no bebe una gota de alcohol y que ni siquiera fuma Rex, y por supuesto no me creo lo de que te la encontraras metida en la nevera. Mi madre está muerta, gime Millás. ¿Muerta?, vocifera el director. ¡Peor me lo pones! Mira, Juanjo, me estás confundiendo a los lectores: las mentiras las dejas para tus novelas, o para los relatos del verano; en todo lo demás, la verdad y solo la verdad, ¿estamos? Pero, señor director, intenta protestar Millás. No hay pero que valga, lo interrumpe el director. Este es un periódico serio, la tuya es una columna de opinión y ahí no quiero jueguitos con la verdad y la mentira y la realidad y la ficción. Así que como vuelvas a repetir lo de hoy te quito la columna y te meto un paquete que te cagas. ¿Está claro?

De acuerdo: es un ejemplo extremo; y además un ejemplo inventado. Tomemos entonces un ejemplo real. El pasado 11 de enero, Francisco Rico, filólogo ilustre, publicó en este periódico un artículo contra la nueva ley antitabaco que concluía con el siguiente añadido: «En mi vida he fumado un solo cigarrillo». De inmediato le llovieron cartas de protesta al director. En ellas no se discutían los argumentos de Rico, que son válidos (o no) independientemente de que Rico sea o no fumador (porque la validez de un argumento es independiente de quien lo esgrime); en ellas se denunciaba su impostura: los autores de las cartas habían descubierto que Rico fumaba. Para la defensora del lector, que tomó cartas en el asunto, «lo que se plantea en este caso es hasta qué punto es lícito recurrir a una mentira para defender una verdad». Discrepo: lo que se plantea en este caso es hasta qué punto es lícito gastar una broma en un periódico. Porque, Dios santo, ¿acaso hace falta aclarar que la apostilla de Rico solo puede ser eso, una broma? Rico no es un fumador: es un hombre a un cigarrillo pegado, un tipo que, en sus innumerables clases, conferencias e intervenciones en prensa, radio y televisión, apenas ha aparecido sin un cigarrillo en la mano, o por lo menos jamás ha ocultado su vicio imparable. De modo que denunciar que Rico fuma es como denunciar que los niños no vienen de París. Rico dice que no ha fumado un solo cigarrillo en su vida como podría decirlo Santiago Carrillo o como Rafa Nadal podría decir que no ha cogido una sola raqueta en su vida o como yo, que fui alumno de Rico y llevo muy mal eso de que se metan con él, podría escribir un artículo titulado Rico, al paredón.

De acuerdo otra vez: el artículo ficticio de Millás y el artículo real de Rico son muy distintos; no obstante, ambos tienen una cosa en común: el humor. Y eso es, me temo, lo que no toleran los cruzados, ya sean los cruzados contra el embuste o los cruzados contra el tabaco, que tantas veces son los mismos. Rabelais los hubiera llamado agélastes, una palabra tomada del griego que significa los que no ríen, los que no tienen sentido del humor, esos individuos que, como recuerda Milan Kundera, «están persuadidos de que la verdad es clara, de que todos los hombres deben pensar lo mismo y de que ellos son exactamente lo que imaginan ser». Pero se dirá que todo esto atañe solo a una parte del periódico, a esas secciones donde, como en las columnas o en los artículos de opinión, son admisibles ciertas licencias, y no al resto, donde lo que debe imperar es la verdad factual; es cierto, pero añado una reflexión a esa certeza. Si aceptamos que la historia es, como dice Raymond Carr, un ensayo de comprensión imaginativa del pasado, quizá debamos aceptar también que el periodismo es un ensayo de comprensión imaginativa del presente. La palabra clave es «imaginativa». La ciencia no es una mera acumulación de datos, sino una interpretación de los datos; del mismo modo, el periodismo no es una mera acumulación de hechos sino una interpretación de los hechos. Y toda interpretación exige imaginación, aunque la imaginación necesaria para interpretar la actual revuelta árabe sea distinta de la necesaria para escribir una columna de Millás: esta equivale a la capacidad de inventar hechos; aquella, a la de relacionarlos. Flaubert sostenía que hay más verdad en una escena de Shakespeare que en todo Michelet; se refería a la verdad literaria, no a la histórica, a la verdad moral, no a la factual, así que no diré que hay más verdad en una columna de Millás que en todo el periódico: solo diré que un periódico está obligado a contar la verdad factual, pero, a menos que se rinda al chantaje de losagélastes, no debería prescindir de contar también la otra verdad, una verdad irónica y emancipada de la tiranía de lo literal. Por lo demás, tampoco niego que algún lector pueda confundir las cosas y creer que Rico no fuma y que la madre de Millás es una enana borracha y porrera, igual que no puedo negar que ha habido perturbados que, después de ver Superman, se han tirado por la ventana convencidos de que volarían; lo que sostengo es que ese es un riesgo que merece la pena correr, y que escribir para agélastes y perturbados es una falta de respeto al lector. Aunque se haga en nombre de la verdad.

Fuente: http://elpais.com/diario/2011/02/13/opinion/1297551604_850215.html

Mentira, verdad, realidad y ficción en los medios de comunicacion (sociales o de masas): “Francisco Rico, Javier Cercas y Arcadi Espada”:

Mentira, verdad, realidad y ficción en los medios de comunicación (sociales o de masas): “Francisco Rico, Javier Cercas y Arcadi Espada” (II)

Pero… ¿qué cosa tan tremenda diría Francisco Rico para crear tal polémica? Bueno, la respuesta está en las últimas ocho palabras de este post. Pero,  ¿quién en Francisco Rico? La referencia de la fuente original del artículo de más abajo es: Francisco Rico es miembro de la Real Academia Española. O lo que es lo mismo: Rico es un tipo que, o bien perteneces al campo de la historia y/o la filología, o bien eres una persona muy curiosa, o de otra manera… de otra manera no hay manera de conocerlo. He aquí su ficha en la página de la RAE:

Excmo. Sr. D. Francisco Rico Manrique (1987)

Barcelona, 28 de abril de 1942.

Elegido (p) el 13 de marzo de 1986, tomó posesión el 4 de junio de 1987.

Historiador y filólogo.

He aquí Francisco Rico en una imagen de archivo (Fuente: http://www.udel.edu/leipzig/texts1/elc28116.htm):

Y he aquí las palabras de la polémica:

Por Francisco Rico (11/01/2011)

Teoría y realidad de la ley contra el fumador

Quizá no por entero, pero en aspectos importantes la «Ley 42/2010, de 30 de diciembre, por la que se modifica la Ley 28/2005, de 26 de diciembre, de medidas sanitarias frente al tabaquismo», etcétera, etcétera, es un golpe bajo a la libertad, una muestra de estolidez y una vileza. Vayamos, brevísimamente, por partes, y en cada una con solo un par de calas.

Golpe bajo. Dejemos de lado que no pocos de los argumentos contra el tabaco carecen de rigor científico y son simple fruto del desconocimiento, por las actuales insuficiencias de la investigación. (Como cuando hace unos años el aceite de oliva se consideraba malo para el colesterol y se excluía de la «sana dieta mediterránea» en la que hoy tanto se ponderan sus virtudes). Concedamos asimismo que la prohibición de fumar en muchos lugares públicos es una medida juiciosa. En muchos, sí, bien está, pero ¿en todos?

A los fumadores en ejercicio se les veta la entrada en multitud de sitios, mientras a nadie se le fuerza a ir a los bares o restaurantes que aquellos elijan. ¿Cuál es el problema para que los fumadores -clientes, dependientes y dueños- dispongan de lugares en que los no fumadores sean libres deno entrar? Cada uno puede hacer de su capa un sayo: contra su voluntad no hay por qué protegerlo de vagos peligros. Más de las tres cuartas partes de los españoles da por buena la existencia de locales para fumadores. La ley de marras es una efectiva restricción de la libertad y un estorbo a la conllevancia.

Estolidez. Los redactores de la ley confirman clamorosamente la opinión que de los políticos tiene la mayoría de los ciudadanos. La torpeza preside en especial la lista de espacios vedados al tabaco. Es patente que el legislador ha ido señalándolos a voleo, según se le pasaban por la cabeza, sin ninguna preocupación por el orden y la congruencia.

El artículo séptimo, así, cataloga los tales espacios desde la letra a hasta la equis. Al llegar a la erre menciona las «Estaciones de servicio y similares». A continuación, en la ese, introduce una disposición universal y omnicomprensiva: «Cualquier otro lugar en el que, por mandato de esta ley o de otra norma o por decisión de su titular, se prohíba fumar». Parece que ahí debiera acabarse la cosa. Pero no, el inventario vuelve a la enumeración particular: «Hoteles, hostales y establecimientos análogos», etcétera, etcétera. Para acabar majestuosamente: «En todos los demás espacios cerrados de uso público o colectivo». En comparación, la enciclopedia china de Borges es un modelo de lógica: «Los animales se dividen en a/ pertenecientes al Emperador, b/ embalsamados, c/ amaestrados, d/ lechones…».

De las luces que exhiben los parlamentarios reos del texto baste solo otro espécimen: según el artículo octavo, quien en un hotel quiera el desayuno en su habitación de fumador tendrá que salir de ella para que el camarero se lo sirva y que volver a entrar cuando el camarero salga.

Vileza. Domina la ley el espíritu persecutorio, en un horizonte de entredichos y busca de culpabilidades («incluso en los supuestos de infracciones cometidas por menores»), de aliento a la intolerancia y la discordia, y de cerrazón sectaria a la realidad de la vida y de los hombres.

En la España de otros tiempos se llamaba malsín al que «de secreto avisa a la justicia de algunos delitos con mala intención y por su propio interés». Es un hecho que la ley y las incitaciones de la ministra de Sanidad están abriendo ya la puerta a los malsines. Nada tan fácil como la delación movida por conveniencias innobles, inquinas o malhumores, y anónima o presentada con una falsa identidad: no hay más que enviarla a cualquiera de las diligentes webs que le darán curso sin comprobar (así lo pregonan) «la veracidad de los datos expuestos por el denunciante». No se trata de una presunción: insisto, es ya un hecho.

Donde la actitud inquisitorial y el celo puritano se precipitan vertiginosamente hacia la vileza es en el nuevo artículo 7 c, que generaliza la interdicción en los «centros, servicios o establecimientos sanitarios, así como en los espacios al aire libre o cubiertos comprendidos en sus recintos». En ningún otro sitio estaría más justificado que ahí fijar lugares y excepciones para fumar (también marihuana). Pero los padres de la patria, hijos de moralinas abstractas y huérfanos de toda comprensión humana, desprecian las personas y las situaciones reales.

En las cárceles y en los psiquiátricos está autorizado fumar «en las zonas exteriores» o en «salas cerradas habilitadas al efecto». A los viejos y discapacitados se les permite en las áreas ad hoc de los asilos, aunque de ningún modo al aire libre ni en sus habitaciones. Con los enfermos hospitalizados no hay la mínima complacencia. A los padecimientos que comporta verse en tal situación, el legislador añade, ensañándose, la tortura de la abstinencia. «¡Qué escándalo -debe de juzgar-, satisfacer los bajos apetitos de un paciente terminal -de cáncer de pulmón, pongamos- que no piensa en otra cosa que en echarse unos pitillos!». Con absoluta desestima de los datos, de la voluntad y el sufrimiento ajenos, sacrifica al individuo cercano en el altar de un remoto ideal genérico. Líbrenos Dios de los altos principios.

P.S. En mi vida he fumado un solo cigarrillo.

Fuente: http://elpais.com/diario/2011/01/11/opinion/1294700405_850215.html

Mentira, verdad, realidad y ficción en los medios de comunicacion (sociales o de masas): “Francisco Rico, Javier Cercas y Arcadi Espada”:

Mentira, verdad, realidad y ficción en los medios de comunicación (sociales o de masas): «Francisco Rico, Javier Cercas y Arcadi Espada» (I)

Desde mi particular punto de vista, la importancia de lo viral (grosso modo, la capacidad de feedback —retroalimentación— de cualquier mensaje de usuario a usuario: dos, cientos, miles, millones…), más allá de la capacidad de difusión de un mensaje, radica en la condición de atemporalidad del propio mensaje. Pero, ojo, todo tiene sus pros y sus contras. Remito con esto al debate abierto ya en artículos anteriores, a propósito de Sánchez Gordillo, Evo Morales y cía (I Parte y II Parte).

Pero vale, lo viral… lo viral es colgar una foto con un rótulo reivindicativo y hacer que esta rule vía redes sociales de usuario en usuario hasta conseguir dos, cien, miles, millones de me gusta, retweet, compatir, etcétera. Pero lo viral es también que varios cientos de siglos después nadie haya perfeccionado la estructura en tres actos de Artistóteles y esta (se) siga (de)mostrando(se) en las escuelas como canon de la perfección a la hora de elaborar cualquier mensaje, literario o no. Pero sí, vale, hay muchas y muchas estructuras más, tan solo trato de ejemplificar…

Lo viral. Lo viral también es lo siguiente:

Domingo, 9 de septiembre de 2012. Dun Laoghaire, Irlanda. En un mercadillo cualquiera, una librería ambulante. Montones y montones de libros de segunda, tercera y enésimas manos a precios súper reducidos. Todos, o casi todos, obviously, en inglés. (Toda vez que ya me lo leído en español) pregunto al librero si tiene El Quijote (en inglés, claro). Me dice que no. Pregunto entonces por alguno –cualquiera– de Ray Bradbury. Tampoco. Finalmente me viene con The Speed of Light,by the author of Soldiers of Salamis, y que tuviera que leer en el instituto (primero de Bachillerato, tal vez): Javier Cercas en un pueblo de Irlanda a las afueras de Dublín, a mis 27 años… y en inglés. En fin, «no puedo” dejar pasar la oportunidad: compro el libro, obviously. Comienzo a leer. Muy interesante, pero solo llego a leer algo más de diez páginas en algo más de tres horas. Diccionario, anotaciones, etcétera. Es lo que tiene no ser un hacha de los idiomas a mi edad y pretender recorrer ahora, a mis 27 años, el camino no recorrido por otros y otras mucho antes. Pero, bueno, me creo feliz siendo un paleto ceceante del inglés a mi edad. Sin excesivos problemas de comunicación, sí, pero casi como un niño de 5 años dando sus primeros pasos con el abecedario. En fin, que una cosa lleva a la otra. Echo un vistazo aquella misma noche a lo que ha sido de Javier Cercas los últimos años. Lo único que de él sabía era que no hacía más de dos años había recibido un importante premio literario. Así era. Y leo, en Wikipedia (cómo no):

Polémica

Tras un artículo del académico Francisco Rico sobre la “Ley Antitabaco” en el que aseguraba no haber fumado en su vida cuando es fumador empedernido, Javier Cercas salió en su defensa con un texto en el que reivindicaba el derecho a emanciparse de la verdad factual, empleando en su lugar “una verdad irónica y emancipada de la tiranía de lo literal”(Arcadi) Espada, que había polemizado repetidamente con Cercas acerca de la utilización de la ficción en la narración de hechos reales, decidió aplicar a Cercas su medicina, y afirmó en una de sus columnas que el novelista había sido detenido en una redada contra la prostitución que se había producido en el madrileño barrio de Arganzuela.

En fin, efecto de lo viral o, simplemente, efecto de la casualidad (o la causalidad, quién sabe), la cuestión es que acabo topándome con un interesantísimo debate sobre el título que reza en este artículo. He aquí, pues, la primera parte de lo que leí.

Por Milagros Pérez Oliva (20/02/2011)

En defensa de Cercas y de la verdad

El escritor abre una polémica sobre hasta dónde es lícito llegar en el uso de la ficción en periodismo. No se puede recurrir a una mentira para defender una verdad

Suelo empezar mis clases de periodismo con una advertencia a mis alumnos: «Nunca os saltéis un semáforo en ámbar. Aunque os parezca que no vulneráis la ley y que no hay peligro, si sois capaces de interiorizar esta regla, podréis estar seguros de que cuando andéis despistados o haya mucha niebla frenaréis en seco ante un semáforo en rojo. Cruzar el semáforo en ámbar significa, por ejemplo, añadir al reportaje algún toque inocente de ficción, pequeñas alteraciones que dan color al relato o hacen que cuadre mejor. Es decir, una «interpretación imaginativa» de la realidad. Así probablemente empezó el periodista Jayson Blair y acabó inventando hechos y personajes en decenas de reportajes llenos de momentos emotivos y testimonios impactantes. Triunfó como promesa emergente del periodismo hasta que se descubrió que gran parte de lo que había escrito era inventado, para oprobio suyo y del diario que lo publicó, The New York Times, cuyo director tuvo que pedir perdón en portada por haber faltado al principio fundamental del periodismo, la verdad.

No, en periodismo no cabe la ficción, si quiere seguir siendo periodismo. La literatura puede utilizar la realidad para construir un relato y utilizar la ficción para embellecer lo que quiera. Pero el periodismo no puede alterar o modificar la realidad con ficción, porque entonces se convierte en narrativa. Ningún periodista le discutirá a un escritor que incluya realidad en sus ficciones. Pero ningún periodista puede aceptar que incluir ficción en sus escritos sea periodismo. Y mucho menos si esa ficción es una mentira.

Coincidiendo con que el domingo pasado decidí no hacer uso del espacio que la Defensora del Lector tiene reservado, en ese mismo lugar se publicó un artículo de Javier Cercas titulado Rico, al paredón. El escritor salía en defensa de su profesor, el académico Francisco Rico, frente a los lectores que le habían recriminado haber afirmado en un artículo contra la ley del tabaco que él nunca había fumado, cuando en realidad es un fumador empedernido. Traté este asunto en La impostura de un fumador y sostuve que «lo que se plantea en este caso es hasta qué punto es lícito recurrir a una mentira para defender una verdad». Cercas discrepó de esta frase y a mí no me queda más remedio que discrepar de su discrepancia, porque creo que introduce un notable grado de confusión sobre qué es periodismo y qué no.

Sostiene Cercas que no todo lo que se cuenta en un periódico ha de responder «a la verdad de los hechos». Y no solo «son admisibles ciertas licencias» en las columnas o los artículos de opinión, sino en las partes destinadas a narrar lo factual, las informativas.Cercas afirma: «Si aceptamos que la historia es, como dice Raymond Carr, un ensayo de comprensión imaginativa del pasado, quizá debamos aceptar también que el periodismo es un ensayo de comprensión imaginativa del presente. La palabra clave es ‘imaginativa’. La ciencia no es una mera acumulación de datos, sino una interpretación de los datos; del mismo modo el periodismo no es una mera acumulación de hechos sino una interpretación de los hechos. Y toda interpretación exige imaginación». ¿Cuánta imaginación considera Cercas que es admisible en una información?

Para interpretar la realidad se necesita imaginación. Pero a la hora de escribir, el periodista debe atenerse, antes que nada, a los hechos. Y su descripción debe ser lo más fiel posible a la realidad. Se dirá, con razón, que toda interpretación está tamizada por la propia subjetividad y las limitaciones del lenguaje, pero precisamente por eso, los textos periodísticos deben estar amparados en hechos y datos. Nuestro Libro de estilo es muy taxativo en este punto. La interpretación periodística no puede ser imaginativa, sino factual.

La confusión entre realidad y ficción ha producido graves daños al periodismo. Por eso, quienes están comprometidos con un periodismo de calidad consideran el respeto a la verdad uno de los principios esenciales. Remito a Cercas y a los lectores interesados en esta reflexión a obras como Los elementos del periodismo, de Bill Kovach y Tom Rosentiel, o los documentos elaborados por la comisión creada porThe New York Times a raíz del caso Jayson Blair, comenzando por elInforme Siegal.

Como mi responsabilidad es defender a los lectores, he de defender su derecho a unas reglas claras. Y esas reglas incluyen que no cabe la ficción en periodismo, y mucho menos la mentira. Por supuesto no caben en el género informativo, pero tampoco en los artículos de opinión que podríamos denominar analíticos o de tesis, es decir, aquellos que, como el de Francisco Rico, se publican en la sección de Opinión o en las diferentes secciones bajo el epígrafe de «análisis».

Cercas considera que la apostilla de Rico no es propiamente una mentira sino una broma. Aunque esa fuera la intención del autor, ¿cómo podían interpretar que era una broma quienes no supieran que era fumador? Lo lógico era pensar que quienes no le conocieran interpretarían que hacía esa apostilla para reforzar sus argumentos. Ignorar esta posibilidad supone dar por hecho que la totalidad de los cientos de miles de lectores que tiene EL PAÍS saben no solo quién es Francisco Rico, sino también que es un fumador empedernido. ¿O acaso ese artículo iba a ser leído solo por amigos y conocidos?

El propio Javier Cercas habrá podido comprobar esta semana lo amarga que puede ser una mentira y el daño que puede llegar a hacer aunque se vista de ironía, se publique en una columna en la que caben «ciertas licencias» y su propósito sea el de defender o demostrar una supuesta verdad. Me refiero a una mentira publicada en otro diario sobre Cercas. Porque la mentira siempre hace daño. Y cuanto más grande y más atrevida, más dañina es. De modo que, de nuevo, y esta vez en defensa de Javier Cercas, insistiré una vez más en que no, no es lícito recurrir a una mentira para defender una verdad. Así lo estiman también lectores como Enrique García Lobo, Pedro Ródenas o Paco Rubio, cuyas reflexiones pueden ustedes encontrar en la página de la Defensora en ELPAÍS.com.

Seamos razonables: que la literatura invente lo que quiera, pero en periodismo, conviene no confundir realidad y ficción, mentira y verdad. Y si alguien pretende hacer una broma utilizando una mentira, debe asegurarse de que nadie pueda interpretarla como una verdad. Debe aclararlo en el mismo lugar. Como el propio Cercas hace en su artículo con la caricatura del director. Porque si no aceptamos unas reglas, ¿dónde está el límite? ¿Lo fija cada uno en la pequeña república de su artículo? ¿Hemos de fiarlo a la honestidad de cada autor?

La mentira no tiene cabida en periodismo. Y la ficción narrativa solo en las columnas literarias. Nunca en la información. El lector no se llamará a engaño si encuentra interpretaciones imaginativas en las columnas de Manuel Rivas, Maruja Torres, Rosa Montero, Almudena Grandes, Elvira Lindo o Manuel Vicent. Nadie les toma por periodistas cuando escriben en esas secciones, ni se espera de ellos que sean notarios de la realidad, aunque sí se espera que sean honestos y se atengan a la verdad, entendiendo que su verdad, esta vez sí, puede ser fruto de esa «interpretación imaginativa» de la realidad que defiende Javier Cercas.

En esas columnas, podemos seguir con placer a Juan José Millás en su delirante recorrido por el interior del cuerpo, pero cuando Millás ejerce como periodista y firma un reportaje en El País Semanal sobre José Luis Rodríguez Zapatero o Pasqual Maragall, el lector ha de poder confiar en que las conversaciones y las situaciones que explica son verdad. Que el estremecedor relato de su viaje con Carlos Santos hacia una eutanasia clandestina es absolutamente verídico.

Fuente: http://elpais.com/diario/2011/02/20/opinion/1298156405_850215.html