Educación y España (II): Unamuno, la palabra y el discurso de Salamanca

Voy a ser breve. La verdad es más verdad cuando se manifiesta desnuda, libre de adornos y palabrería. Quisiera comentar el discurso, por llamarlo de algún modo, del general Millán-Astray, quien se encuentra entre nosotros. Dejemos aparte el insulto personal que supone la repentina explosión de ofensas contra vascos y catalanes. Yo nací en Bilbao, en medio de los bombardeos de la segunda guerra carlista. Más adelante me casé con esta ciudad de Salamanca, tan querida, pero sin olvidar jamás mi ciudad natal.

Acabo de oír el necrófilo e insensato grito «¡Viva la muerte!». Esto me suena lo mismo que «¡Muera la vida!». Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Como ha sido proclamada en homenaje al último orador, entiendo que va dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como he dicho, que no tenga esta superioridad de espíritu es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray desea crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por eso quisiera una España mutilada.

¡Este es el templo de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España. He dicho.

(Unamuno, 12 de octubre de 1936, dos meses y medio antes de su muerte).


Un par de datos (o tres): Unamuno fue desterrado en un par de ocasiones por su desprecio tanto al rey Alfonso XIII como al dictador Miguel Primo de Rivera; con la llegada de la II República (1931) fue elegido concejal por la Conjunción Republicano-Socialista (coalición entre el Partido Republicano y el PSOE). Año tras año (hasta 1936) va desencantándose cada vez más de las políticas republicanas, criticando duramente desde la PALABRA. Al comienzo de la Guerra Civil, creyendo ver en los alzados una «suerte» de regeneracionistas en línea con los postulados del movimiento de mismo nombre, apoya la sublevación. Al primer síntoma de que ese alzamiento supuestamente regeneracionista no era tal… decidió oponerse al mismo, arrepintiéndose públicamente de su apoyo. Tras este momento, vuelvan y lean lo de más arriba.

Después de esto: ¿Sabrías decirme la ideología de Unamuno?