DE PRENSA AJENA: “Yo vi todo el plan aniquilador de Hitler para los judíos”

La verdad es que ignoraba que el 27 de enero fuera el Día Internacional de las Víctimas del Holocausto. Soy realmente crítico en lo que a ciertas efemérides se refiere, no así respecto a esta. En julio de 2010 estuve en Cracovia (Polonia) con unos amigos. Aquellos días, de risa tras risa (¡éramos cinco Marceau!, ya entenderéis por qué), tornaron en el más absoluto recogimiento cuando fuimos a ver-oír-tocar-oler-tocar-SENTIR (es así, no puede decirse de otra manera) el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Escribo esto y me envuelve el sobrecogimiento. Aquellos días, en cualquier caso, no quedaron ensombrecidos (me refiero a eso de risa tras risa) por nuestra visita. Era algo complementario, aunque suene raro decirlo así. En otras palabras, era perfectamente compatible reírse cuando había que reírse y sobrecogerse (es la palabra, no hay otra) cuando había que sobrecogerse, es decir, cuando anduvimos por la inmensidad de Auschwitz-Birkenau. Sé que algún día escribiré sobre ello, pero no ahora, no en este momento. Me impactó, sí, pero volvería (volveré). Volveré porque es un sitio único, en todos los sentidos. Estar allí era como sentir la historia en tus propias carnes. Mucho más allá de eso, estar allí era toparte de pronto con la primigenia lucha entre el bien y el mal (¡joder, entender de súbito esto es el bien y esto es el mal!). Fue como un cursillo acelerado sobre lo cruel (¿es esa la palabra únicamente?) que puede llegar a ser el humano.

Recuerdo a un grupo de judíos en Birkenau (siempre lo recordaré) cantando, rezando y riéndose por momentos… ¡A eso me refiero! ¡Judíos cantando, rezando y riéndose! ¡En Birkenau, previo paso por Auschwitz! ¡De un segundo a otro, de un segundo a otro… cómo pasar de la misantropía a la filantropía!

En fin, hoy he sabido que el 27 de enero es el día de muchos y muchas de los y las que murieron a lo largo y ancho de aquel inmenso espacio que es el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Volveré con otras palabras.

Entrevista con Georges Loinger (el «pasador de niños»), por

Jesús Duva

A sus 101 años, Georges Loinger sigue aceptando todas las invitaciones para dar testimonio de los horrores causados por Adolf Hitler y su régimen de terror. Acaba de llegar en avión desde París a Madrid para participar en un seminario organizado por Sefarad-Israel coincidiendo con el Día de la Memoria del Holocausto, que ayer se conmemoró en Madrid. Loinger tiene energía suficiente para dar una conferencia en la Residencia de Estudiantes y atender a los periodistas. A la hora de la cena se le nota cansado. Inicialmente, no tiene demasiadas ganas de comer. Pero más tarde se animará a dar cuenta de la crema de calabaza y de la pechuga de pavo del menú. Solo bebe agua.

“Estoy aquí porque quiero recordar a las generaciones futuras el plan aniquilador de los judíos trazado por Hitler. Yo lo vi todo”, cuenta cuando se le pregunta qué le mueve a hacer el esfuerzo que supone un viaje para un hombre con más de un siglo de vida.

Loinger organizó en 1942 una red de la Organización de Ayuda a Niños (OSE, en francés) para evacuar a menores judíos a Suiza, ante el peligro que suponía la persecución desatada por el régimen nazi en Francia. Para esas fechas, ya se intuía cuál era el destino de los trenes que partían de Drancy: los campos de exterminio.

La dirección de la OSE encargó a Loinger la creación de un entramado para el paso de niños desde Francia a Suiza, con base de operaciones en Annemasse.

La organización ideó una ingeniosa estratagema: Loinger llevaba a los chiquillos a jugar al fútbol junto a la frontera franco-suiza y, cuando la pelota caía en territorio helvético, el niño corría tras ella… y ya se quedaba allí. Estaba salvado. El ardid funcionó porque las patrullas de vigilancia estaban formadas por soldados italianos, aliados de Hitler, que no ponían gran empeño en la tarea, según recuerda Loinger. En esas labores era ayudado por su primo Marcel Mangel, quien con el correr de los años se convertiría en el célebre mimo conocido como Marcel Marceau.

Loinger logró poner a salvo personalmente a 350 de los 1.000 niños que evacuó la trama montada por él. “El peor recuerdo de aquella época está ligado precisamente a mi propia vida. Cuando iba a pasar a mi esposa y a mis dos hijos, apareció una patrulla alemana. Un oficial puso una pistola en la cabeza de mi hijo menor y me advirtió: ‘Si te mueves, mato al niño”, rememora este centenario. Pero, aprovechando un momento de confusión, consiguieron ponerse a salvo y cruzar horas después a Suiza. “No supe nada de mi familia, que estaba en Ginebra, hasta seis meses después”, añade.

El antiguo pasador de niños sería más tarde, durante 25 años, director de la Compañía de Navegación Israelí en París. Hoy preside la Asociación de Veteranos de la Resistencia Judía en Francia.

¿Qué opina del resurgir de partidos neonazis que incluso están llegando al poder en Europa? “Suponen una minoría”, asevera. “Lo esencial es que Alemania y Francia, los países más fuertes, garantizan la estabilidad y nos protegen de ese peligro. Alemania, que tuvo el accidente de Hitler, es una de las grandes culturas del mundo”. Este “ardiente europeísta” afirma que no le da miedo el florecer de estos grupos. “Siempre habrá gente que odie a los judíos”, concluye.

Fuente: http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/01/26/actualidad/1327597463_717768.html

P.D.: Especial mención merece hoy también el descubrimiento de un personaje como Petr Ginz, un niño prodigio judío, considerado ya como el «Ana Frank» de Praga. Pero de eso hablaremos en un próximo post.

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