«La felicidad», por Andrés Neuman

Me llamo Marcos. Siempre he querido ser Cristóbal. No me refiero a llamarme Cristóbal. Cristóbal es mi amigo; iba a decir el mejor, pero diré que el único. Gabriela es mi mujer. Ella me quiere mucho y se acuesta con Cristóbal. Él es inteligente, seguro de sí mismo y un ágil bailarín. También monta a caballo. Domina la gramática latina. Cocina para las mujeres. Luego se las almuerza. Yo diría que Gabriela es su plato predilecto. Algún desprevenido podrá pensar que mi mujer me traiciona: nada más lejos. Siempre he querido ser Cristóbal, pero no vivo cruzado de brazos. Ensayo no ser Marcos. Tomo clases de baile y repaso mis manuales de estudiante. Sé bien que mi mujer me adora. Y es tanta su adoración, tanta, que la pobre se acuesta con él, con el hombre que yo quisiera ser. Entre los fornidos pectorales de Cristóbal, mi Gabriela me aguarda ansiosa con los brazos abiertos. A mí me colma de gozo semejante paciencia. Ojalá mi esmero esté a la altura de sus esperanzas y algún día, pronto, nos llegue el momento. Ese momento de amor inquebrantable que ella tanto ha preparado, engañando a Cristóbal, acostumbrándose a su cuerpo, a su carácter y sus gustos, para estar lo más cómoda y feliz posible cuando yo sea como él y lo dejemos solo.

Andrés NeumanEl fin de la lectura, Almadía, 2013.

Fuente: http://revistamicrorrelatos.blogspot.com.es/2014/01/la-felicidad.html

«Un tipo que era más feliz que yo», por Juan José Millás (1993)

No sé por qué empecé a mirar a aquel sujeto que se había sentado frente a mí en el autobús; el caso es que una vez que le eché el ojo ya no pude dejar de contemplarle. Producía la impresión de constituir una unidad territorial autónoma en medio de aquel. conjunto de cuerpos menesterosos que éramos conducidos dócilmente hacia la avenida de América. No había docilidad en su gesto, sino ese tipo de mansedumbre apacible que sólo proporciona la sabiduría. Al principio me pareció un excéntrico, pero su imperturbabilidad empezó a irritarme enseguida.Le observé de forma impertinente para ver si se ponía nervioso, pero cada vez que nuestros ojos coincidían él parecía ver algo que no era yo. Daba la impresión de mirar cosas que no estaban dentro del autobús. Decidí seguirle; no soy detective ni nada parecido, pero a veces me fijo en un tipo cualquiera y le persigo una o dos horas imaginando que me juego la vida. La semana pasada seguí a uno que a su vez estaba imaginando que le perseguían; al final nos hicimos amigos y hemos quedado en hacer juntos algunos seguimientos, aunque a él le gusta más que le persigan. Es un enfermo. La verdad es que no te das cuenta de esto hasta que no te metes en el asunto, pero en Madrid todo el mundo sigue a alguien o es perseguido por alguien, ignoro con qué objeto.

El caso es que se bajó en Diego de León, y yo fui detrás de él dispuesto a averiguar -y a desbaratar si me era posible- la causa de su felicidad. Subió hasta Francisco Silvela y torció a la derecha, en dirección a Manuel Becerra. Caminaba despacio, aunque con ritmo, como si fuera recitando en voz baja una sucesión armoniosa de sílabas. Al poco se detuvo frente al escaparate de una tienda de bricolaje y permaneció ensimismado en su contemplación más de 10 minutos. Tiritaba de gusto, como si estuviera dentro de la cabina de un sex shop. Yo odio el bricolaje, de manera que me limitaba a tiritar de frío, sin mezcla de gusto alguno. Por un momento pensé que se había dado cuenta de mi presencia y temí que se tratara de otro degenerado de esos que encuentran placer en ser perseguidos.

En Manuel Becerra entró en una farmacia y compró algunas cosas que no vi, pues me pareció más prudente esperar fuera. Luego lo seguí hasta un bar desde donde habló por teléfono con su oficina excusándose por no ir a trabajar, aunque no entendí la causa.

Algo oscuro tramaba y yo estaba allí para averiguarlo. Pidió un café con una tostada y un vaso de agua. Luego abrió el paquete de la farmacia y sacó una caja de Frenadol y un jarabe. Se preparó el Frenadol y se lo tomó antes del café, como si fuera un zumo de naranja. Lo hacía todo muy como si en lugar de estar en Manuel Becerra nos encontráramos en el interior de un templo tibetano. A mí lo que más me cargaba era eso: que no tuviera tensiones aparentes ni prisa ni necesidades.

De súbito comprendí lo que pasaba: aquel hombre tenía la gripe. Empecé a pensar en los primeros síntomas, cuando la fiebre es una promesa cuyos hilos de plata recorren las ingles y los codos provocando esos calambres tan dulces que encogen los tejidos. Recordé también el dolor estimulante de las articulaciones, que ronronean como una amante satisfecha, y después me vino a la memoria la calidad de esa especie de niebla que la gripe coloca entre la realidad y tú. Sentí una nostalgia terrible, porque la verdad es que desde que me ocupo de los seguimientos apenas cojo enfermedades.

De manera que abandoné la persecución, me fui a casa y proclamé la llegada de la gripe como otros proclaman el advenimiento de la república. Mi madre acaba de pasarme una taza de caldo y soy muy feliz, aunque tengo la impresión de que alguien me ha seguido hasta el portal.

Fuente: http://elpais.com/diario/1993/03/08/madrid/731593457_850215.html

«Diez microapuntes sobre micronarrativa», por Andrés Neuman

Vale, lo reconozco: es un tipo del que aún debo leer más (mucho más, diría), ya que la curiosidad me llama. Máxime cuando un tipo como Bolaño (a quien, por cierto, también debería leer más) dice de él:

Entre los jóvenes escritores que ya han publicado su primer libro, Neuman quizá sea el más joven de todos y su precocidad, que aparece ornada de relámpagos y hallazgos, no es su mayor virtud. Nacido en Argentina en 1977, pero criado en Andalucía, Andrés Neuman es el autor de un libro de poemas, Métodos de la noche, publicado en Hiperión en 1998, y de Bariloche, una excelente primera novela con la que quedó finalista del último Premio Herralde.

La novela trata sobre un recogedor de basura de Buenos Aires que en sus ratos de ocio se dedica a armar puzzles. Tuve la oportunidad de formar parte del jurado de este premio y la novela de Neuman me subyugó, si es posible utilizar este término de principios del siglo XX, y me hipnotizó a partes iguales. Ningún buen lector dejará de percibir en sus páginas algo que sólo es dable encontrar en la alta literatura, aquella que escriben los poetas verdaderos, la que osa adentrarse en la oscuridad con los ojos abiertos y que mantiene los ojos abiertos pase lo que pase. En principio, esa es la prueba (y también el ejercicio y la torsión) más difícil y Neuman, en no pocas ocasiones, lo consigue con una naturalidad que da miedo. Nada en sus páginas suena a impostado: todo es real, todo es ilusorio, el sueño en el que se mueve como un sonámbulo Demetrio Rota, el basurero bonaerense, es el sueño de la gran literatura y su autor lo escancia con palabras y escenas precisas.

Cuando me encuentro a estos jóvenes escritores me dan ganas de ponerme a llorar. Ignoro el futuro que les espera. No sé si un conductor borracho los atropellará una noche o si de improviso dejarán de escribir. Si nada de esto ocurre, la literatura del siglo XXI les pertenecerá a Neuman y a unos pocos de sus hermanos de sangre.

(Texto incluido en el libro de ensayos Entre paréntesis, de Roberto Bolaño. Anagrama, Barcelona, 2004, página 149).

En fin, que ya les dedicaré tiempo a ambos (a Neuman y a Bolaño, claro). De momento, no está de más compartir este decálogo sobre el microcuento o la micronarrativa (como se prefiera) de la mano del primero:

1. La vocación de todo microcuento decente es crecer sin ser visto.
2. No es lo mismo lo breve que lo corto: lo breve calla a tiempo, lo corto antes de tiempo.
3. Lo más raro del microcuento no es su extensión minúscula, sino su radical estructura.
4. Los personajes del microcuento caminan de perfil.
5. La tentación del chiste es la termita del microcuento.
6. Todo microcuento empieza entre comillas y termina en puntos suspensivos.
7. Puntuarlo con bisturí.
8. Los verbos vuelan, los sustantivos corren, los adjetivos pesan.
9. El microcuento necesita lectores valientes, es decir, que soporten lo incompleto.
10. Cuanto más breve parezca, más lento ha de leerse.

Fuente: http://www.andresneuman.com/hemeroteca/elpais_detalle.php?recordID=3

«Así que quieres ser escritor», por Charles Bukowski

Si no te sale ardiendo de dentro,
a pesar de todo,
no lo hagas.
A no ser que salga espontáneamente de tu corazón
y de tu mente y de tu boca
y de tus tripas,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte durante horas
con la mirada fija en la pantalla del ordenador
o clavado en tu máquina de escribir
buscando las palabras,
no lo hagas.
Si lo haces por dinero o fama,
no lo hagas.
Si lo haces porque quieres mujeres en tu cama,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte
y reescribirlo una y otra vez,
no lo hagas.
Si te cansa solo pensar en hacerlo,
no lo hagas.
Si estás intentando escribir
como cualquier otro, olvídalo.

Si tienes que esperar a que salga rugiendo de ti,
espera pacientemente.
Si nunca sale rugiendo de ti, haz otra cosa.

Si primero tienes que leerlo a tu esposa
o a tu novia o a tu novio
o a tus padres o a cualquiera,
no estás preparado.

No seas como tantos escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman a sí mismos escritores,
no seas soso y aburrido y pretencioso,
no te consumas en tu amor propio.
Las bibliotecas del mundo
bostezan hasta dormirse
con esa gente.
No seas uno de ellos.
No lo hagas.
A no ser que salga de tu alma
como un cohete,
a no ser que quedarte quieto
pudiera llevarte a la locura,
al suicidio o al asesinato,
no lo hagas.
A no ser que el sol dentro de ti
esté quemando tus tripas, no lo hagas.
Cuando sea verdaderamente el momento,
y si has sido elegido,
sucederá por sí solo y
seguirá sucediendo hasta que mueras
o hasta que muera en ti.
No hay otro camino.
Y nunca lo hubo.

Vía Juan de Dios Garduño Cuenca.

«El amor visto desde los ojos del Trastorno Obsesivo Compulsivo», por Neil Hilborn

La primera vez que la vi…
Todo en mi cabeza se silenció
Todos los ticks, las imágenes constantes desaparecieron.
Cuando tienes trastorno obsesivo compulsivo en realidad no tienes momentos callados.
Incluso en la cama estoy pensando:
¿Cerré las puertas? Sí
¿Me lavé las manos? Sí
¿Cerré las puertas? Sí
¿Me lavé las manos? Sí
Pero cuando la vi, la única cosa en la que pude pensar fue en la curva de la horquilla de sus labios.
O la pestaña en su mejilla–
La pestaña en su mejilla–
La pestaña en su mejilla.
Sabía que debía hablar con ella
La invité a salir seis veces en treinta segundos.
Ella dijo que sí después de la tercera,
pero ninguna de las veces que pregunté se sintió bien así que tenía que seguir haciéndolo.
En nuestra primera cita,
pasé más tiempo organizando mi comida por colores de lo que pasé comiéndola o hablando con ella.
Pero le encantó.
Le encantaba que tuviera que besarla para despedirme 16 veces, o 24 si era miércoles.
Le encantaba que me tomaba todo el tiempo caminar hacia casa porque había muchas grietas en la banqueta.
Cuando nos mudamos juntos ella dijo que se sentía segura,
como si nadie nos fuera a robar porque definitivamente había cerrado la puerta 18 veces.
Yo siempre veía su boca cuando hablaba–
Cuando hablaba–
Cuando hablaba–
Cuando hablaba–
Cuando hablaba;
Cuando me dijo que me amaba, su boca se curveaba hacia arriba en los bordes.
En la noche ella se acostaba en la cama y me veía apagar todas las luces, y prenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas.
Ella cerraba los ojos y se imaginaba que los días y las noches pasaban frente a ella.
Algunas mañanas empezaba a besarla para despedirme y ella sólo se iba porque estaba haciéndola llegar tarde al trabajo.
Cuando me detenía en las grietas de la banqueta ella seguía caminando.
Cuando me decía que me amaba su boca era una línea recta.
Me dijo que estaba tomando mucho de su tiempo.
La semana pasada empezó a dormir en casa de su madre.
Me dijo que nunca debió dejarme apegarme tanto a ella; que todo esto fue un error,
pero… ¡¿Cómo podría ser un error que no tenga que lavarme las manos después de tocarla?!
El amor no es un error y me está matando que ella pueda salirse de esto y yo no.
No puedo–
No puedo salir y encontrar a alguien nuevo porque siempre pienso en ella.
Usualmente, cuando me obsesiono con algo, veo gérmenes escabulléndose en mi piel.
Me veo a mí mismo siendo atropellado por una infinita línea de coches.
Y ella fue la primera cosa hermosa en la que alguna vez me he estancado.
Quiero despertar todas las mañanas pensando en la manera en la que agarra el volante.
Cómo mueve las manijas de la regadera como si estuviera abriendo una caja fuerte.
En cómo sopla las velas–
cómo sopla las velas–
cómo sopla las velas–
cómo sopla las velas–
cómo sopla…
Ahora sólo pienso en quién más está besándola.
No puedo respirar porque él sólo la besa una vez­– ¡No le importa si es perfecto!
La quiero de regreso tanto que…
Dejo la puerta sin cerrar.
Dejo las luces prendidas.

Para más informaciónhttp://elcomercio.pe/actualidad/1621757/noticia-conmovedor-poema-amor-hombreobsesivo-compulsivo-video

«Visita», por Oliverio Girondo

No estoy.
No la conozco.
No quiero conocerla.
Me repugna lo hueco,
la afición al misterio,
el culto a la ceniza,
a cuanto se disgrega.
Jamás he mantenido contacto con lo inerte.
Si de algo he renegado es de la indiferencia.
No aspiro a transmutarme,
ni me tienta el reposo.
Todavía me intrigan el absurdo, la gracia.
No estoy para lo inmóvil,
para lo inhabitado.

Cuando venga a buscarme,
díganle:
«Se ha mudado».

Via Álvaro Beard.

EN VASO DE CAÑA, POR FAVOR: De hormigas (reservas), cigarras (despidos), reyes (estrazas) y bueyes (cuchés)

— «Quien fue a Sevilla perdió su silla. NO HAY RESERVAS«. «No se puede estar en misa y repicando. NO HAY RESERVAS«. «A quien madruga Dios le ayuda. NO HAY RESERVAS«. Vaya… ¿Y esto?
— Medidas anticrisis, amigo, que llevo unos meses… Un ejemplo. Me llaman a principios de semana: Hola, buenos días. ¿Tendría mesa para el domingo? / A las dos / Para ocho / Genial, gracias. En el mejor de los casos he recibido una llamada el jueves o el viernes en plan: Disculpe, tenía una reserva para el domingo / Sí, a las dos / Sí, para ocho / Nos ha surgido un contratiempo / Disculpe, y gracias.
— Pues que no te extrañe si cualquier día de estos a mitad de un café recibo una llamada de arriba diciéndome que estoy de patitas en la calle y tengo que decirte que solo puedo pagarte la mitad del mismo…
— ¿No has visto el último cartel, no?
— ¡Pago por adelantado!
— Así es. ¿Qué será?
— Pues… lo de siempre. ¡Pago por adelantado!
— Tres euros.
— ¿No crees que estás exagerando un poco?
— Eso pensaba la cigarra de la hormiga.

Minutos después.

— Sé que es un poco escatológico, pero últimamente me ocurre que me entran unas ganas terribles de ir al baño cuando pienso en «dinero negro».
— Diarrea mental lo llaman.
— Suelto te veo hoy.
— No, amigo, ¡suelto estarás tú cuando vas al baño y piensas en «dinero negro»! Dos a cero (¡ja, ja!).
— ¿Recuerdas eso que nos decíamos de pequeño: «Santa Rita Rita, lo que se da no se quita»?
— Algo me suena. ¿No es eso lo que le ha dicho el rey a los empresarios a propósito del yatecito? «Si la Familia Real ha renunciado al barco, lo correcto sería que la Fundación lo recuperara». Santa Rita Rita… ¡Zas, en toda la boca!
— Rayita en la pared… Tú, tan rojo, tan Pasionario, hablando así de nuestro monarca.
— Mira, te voy a ser claro. Pa’ lo que pinta el rey… Pero tipos como esos, que dan con tanta presteza como luego piden cuentas, son los que están haciendo de este país lo que por desgracia ya es: un país de papanatas de brocha gorda. El otro es el menor de los males: ahí está, con sus crayolas pintando en papel de estraza. Los segundos son más de papel cuché. Que quiero la República… ¡claro que la quiero! Pero menos quiero a esta sarta de pintores de pacotilla, que son como un picazo en las partes nobles.
— Amigo, bien mereces que te pague por adelantado. Incluso al que viene esperando, que no es la primera vez que lo hago. Y más que lo haría si de los precios del Congreso te adjudicaras.

NOTA: La de arriba solo pretende -si pretender es el verbo adecuado- ser una visión cómico-irónica (acaso cuasi maniquea las más de las veces) de la actualidad diaria que nos rodea desde el prisma de dos tipos -¿acaso importan los nombres?-, sí, en exceso arquetípicos: uno de tantos parroquianos del “típico bar de barrio” y el dueño del mismo -uno de tantos de típicos bares de barrio-. Lunes, martes miércoles y jueves serán los días de publicación.

EN VASO DE CAÑA, POR FAVOR: De Bankia y el Banco de España (preferentemente), el ministro Wert y Pepa Bueno (SER y ‘estar’) y el fútbol

— ¿Y ese cartelito que has colgado en la entrada del bar?

RECOMENDACIONES:

a) No afrontar este tipo de situaciones en solitario, manteniendo la visibilidad y
comunicación con todos los compañeros, a fin de evitar quedarse a solas en
zonas cerradas en compañía de personas violentas (Por ejemplo, despacho del
director, sala de juntas,…)
b) Ayudar al compañero requiere un compromiso de todos.
c) Extremar la amabilidad y la cortesía en el trato.
d) Evitar el enfrentamiento directo, no respondiendo a las provocaciones.
e) Explicar de manera razonada los motivos por los cuales no es posible cumplir
las demandas violentas o comportamientos coactivos del cliente o tercero.
f) En caso de reclamaciones procedentes de clientes, se recogerán las identidades
de los reclamantes, así como de las posibles personas que hayan presenciado
los hechos.

— Pues ya ves. Uno, que ha de actualizarse. Y como están las cosas, ya se sabe: más vale prevenir…
— …Que curar. Pues no está nada mal. Si es que cuando te pones… A todo esto, ponme un cafelito, ¿no? Como tú solo sabes…
— Ay, qué mariquita te me pone a veces.
— Bueno, una plaza para cuatro. ¿Cómo lo ves?
— ¡Y no me has avisado! Mira que te dije que cuando hubiera vacantes en tu empresa que me avisaras, que tengo al chiquillo en plan nini: que ni por activa ni por pasiva me encuentra trabajo.
— Que no, chalado. Que estoy hablando de la Liga. Vacantes en mi empresa. ¡Vacantes en una -cualquier- empresa! Meses hace que no dirijo un proceso de selección. Y ahora, ironías de la vida, seguramente sean los de arriba los que estén jugando conmigo al «Bueno, una plaza para cuatro. ¿Cómo lo ve(i)s?» Pero, en fin, que hablaba del fútbol. ¿Quién crees tú que se salvará de los cuatro?
— Mira… iba a decir una burrada. Que está la cosa ni pa’ intentarlo siquiera. Trabajar, digo. No, si al final el tal Risto este tiene razón y todo. Pero sí, mira, hablemos de fútbol. La verdad es que ni me va ni me viene. Conque el Tito supere el récord del portugués me basto y me valgo. (Ay, si a mí me ofrecieran un millón de euros por llegar a cien puntos en el Tute). Pero bueno, ya que te empeñas: el Mallorca de Manzano.
— Pues ya sabes: agarra…
— (…)
— Venga, hombre, que es broma. Ya en serio, mucho tendrá que rezar.
— Pues bien que le vendrá, ahora que lo van a convalidar.
— A vueltas con lo mismo. ¿A que no has oído al Wert esta mañana?
— ¿Tú oyendo la SER? Rayita en la pared.
— (…)
— «Venga, hombre, que es broma. Ya en serio, mucho tendrán que rezar»… los alumnos, digo.
— Ya en serio, sí. Mucho se está hablando, y poco de la verdad. Más informarse y menos ideologizar, que ni todo el monte es orégano ni todo lo que reluce es oro.
— En serio ya, sí: que rezar no es síntoma de verdad. Demagogias a otro, que si «Educación para la ciudadanía» adoctrinamiento era, dime tú, hombre de fe, ¿qué es si no adoctrinamiento la imposición de una fe?
— Mucha cera y poca tela en esas orejas. Nadie está obligado al «Padrenuestro que estás en los cielos», amigo. Religión es op-cio-nal, Contreras.
— ¡Que no quiero sermoneadores en mi escuela, a ver si te enteras!
— ¿Exclusiva o preferentemente? A ver, cantamañanas, que esto pa’ mucho da, y en mi trabajo ni pa’ un café me dan. Cóbrame, anda, que nos estamos repitiendo.
— Amén.

NOTA: La de arriba solo pretende -si pretender es el verbo adecuado- ser una visión cómico-irónica (acaso cuasi maniquea las más de las veces) de la actualidad diaria que nos rodea desde el prisma de dos tipos -¿acaso importan los nombres?-, sí, en exceso arquetípicos: uno de tantos parroquianos del “típico bar de barrio” y el dueño del mismo -uno de tantos de típicos bares de barrio-. Lunes, martes miércoles y jueves serán los días de publicación.

#Microrrelatos del Cuentacuentos: Mocasines flotantes

En aquella ocasión fue un mapa. Lo último que (se) había servido no tardó en derramarse por la manta hacia el mapa. Solo quedó seco algo de azúcar para el té; té que siempre pretendía ser la excusa para besarla. Llovía, y acortar las distancias sin mojarse los pies era lo más complicado que hubo diseñado en nueve meses, desde que lograra entender el sinsentido de peines y cuchillas de afeitar. Se diría que, para entonces, cuando la (los) arrojara, la ciudad sin nombre ni apellidos le dejaría andar por primera vez por ella. Hasta el momento, por ella, solo se había arrastrado: aquel tipo no le había dado opción alguna siquiera.

Andar descalzo no entraba en sus planes. Notar los pies fríos al irse a dormir le había parecido siempre un mal presagio. De alguna forma, le recordaba a cuando, de pequeño, su padre trataba de enseñarle a pescar con las manos: una mezcla de frío e impotencia. Esta vez, como entonces, volvía a estar mojado; mojado con un ligero olor a menta.

Olió el mapa, sudado en verde, bañado en blanco, despojado de rúas y leyendas de orientación. Ella permanecía inmóvil frente al ladrón de calor. Fue entonces cuando, desde que se los robaran, pidió (por primera vez) unos zapatos prestados: ¡Lo había reconocido, era él: el ladrón del tren! Nueve meses había pasado bajo el Neuf, fuente de amantes descalzos, nido de caprichosos, sala de espera de impacientes que anhelan su cura. El beso se prolongó más de lo esperado. Preguntó la fecha.

9 de septiembre

Le preocupaba la efeméride: cuarto aniversario. Gustavo oteó la tour –la tour de su tocayo–, cogió la manta olor a menta, se acercó a ellos y los endulzó en verde sudado. Los gritos tornaron en gárgaras macareas. Su cornamenta se relajó. La última información que de ellos tuvo fue que no se trataba de un (nuevo) suicidio por amor.

Una vez más, a la chica que todo lo da y nada pide, y no solo por el cincuenta por ciento de las anteriores palabras.