¿El fin justifica los medios? Evo Sánchez Gordillo, El Caballero Oscuro (II)

La imagen de arriba no es sino un ejemplo más de lo que hablábamos en el anterior post. Una vez más, parece que estamos obligados a elegir: o estás con Assange o estás con Zuckerberg, pero nunca con los dos. La imagen, si no ha sufrido un efecto viral y realmente lleva más tiempo en la red, está recién sacada del horno. De hecho, la imagen tiene fecha de hoy mismo (a esta hora, las 20:35, la fuente de la que la he extraído habla de cuatro horas desde su publicación).

Casi a modo de subtítulo, mento al combo Evo Morales-Juan Manuel Sánchez Gordillo (Evo Sánchez Gordillo) como El Caballero Oscuro. Claro, pensarán algunos —los pocos, vamos— que me leen: «Lo tuyo con Batman es obsesión ya, hombre. Cambia el rumbo». Y bueno, solo puedo decirles: Maybe.

Evo Sánchez Gordillo, El Caballero Oscuro

Antes de nada, remito a los ausentes al debate surgido tras mi visionado de El Caballero Oscuro. La Leyenda Renace

En apariencia , lo que parece vislumbrarse tras el toma y daca del debate no es sino una guerra de gustos. En apariencia…

Parece que la pregunta-respuesta latente es: «¿No te gusta la nueva de Batman? Pues a mí sí», pudiéndose acabar así, de esta manera, cualquier confrontación de ideas. Y, bueno, muchos pensarán: «Es que es así. O te gusta o no te gusta». Otros, preferirán palabras tales como: «Es que eso de ver más allá, un trasfondo… ¡La gente no piensa en eso! Ve la película, le gusta o no le gusta, y punto». Y yo digo: claro, cómo no…

«Todo es muy lícito, pero no todo vale. Todo es muy lícito, pero hay que ser consecuente con lo que se piense, con lo que se diga, con lo que se haga».

Así finalizo el anterior post, germen del presente. «Todo es muy lícito, pero no todo vale», digo. Pero claro, es de Perogrullo: yo soy tan solo una voz, y la mía no es la verdad absoluta. Ni tan siquiera relativa. No es, si cabe, verdad. Es, simple y llanamente, mi —particular—  visión-opinión-punto de vista sobre una realidad: El maniqueísmo está anclado a nuestras vidas cual cordón umbilical a nuestro feto… y las más veces no somos conscientes de ello.

Me desvío un poco de Evo y compañía. No hace muchos días que hablaba con mi tía Pilar a propósito de cómo los niños pequeños asocian desde tan temprana edad las ideas de feo-bonito y malo-bueno. ¿Existen asociaciones más arbitrarias y maniqueas que estas? Ya desde pequeño, casi desde la cuna, cuasi desde fetos… vamos adoptando posturas. Nacemos, y ya somos feos o guapos; o nos parecemos más a la familia de papá o de mamá; o vamos a ser más llorones que nuestro hermanito o nuestra hermanita, etcétera.

No sabemos casi hablar y ya lloramos para decir esto sí esto no. Comenzamos a balbucear, casi hablamos, y ya vamos siendo conscientes —cada vez más, pues ya sin haber abierto el pico nos lo han hecho saber— de lo que es bueno y de lo que es malo, de lo que es bonito y de lo que es feo. Por eso hace unos días mi primo pequeño, de tan solo cinco años, asoció el mal olor de un tipo con los habitantes de Rumanía, pese a que ni sabe qué es ni dónde está Rumanía, y pese a que ni siquiera sabe en qué ciudad —no ya país—  se encuentra cuando su madre, mi tía, lo lleva a despedir a su prima al aeropuerto de Sevilla. Así de real, así de triste. ¿La culpa —si puede llamarse así—? Pues mira, seguramente de todos un poco.

El anterior no es sino ejemplo de algo que está latente en nuestra sociedad, y de lo que las más veces no somos conscientes, bien por dejadez, bien por exceso de rigidez.  Hablo de educación, por supuesto. ¿Una dicotomía un poco maniquea la de la dejadez y la rigidez? Como en tantas ocasiones, la respuesta la tiene Aristóteles: la virtud está en el término medio.

El término medio como virtud versus El Caballero Oscuro

En tanto ejemplo, el de la última de Batman es tan solo la punta del iceberg. La que ha pagado el pato o los platos rotos. Un conejillo de indias, si se prefiere. La que paga justos por pecadores. Pero en ningún caso una excepción que confirme la regla: hay muchas y peores películas (y peor: con mensajes más negativos) que la de Christopher Nolan. Consciente de haberme desviado y mucho del tema, a estas alturas poco me importa ya el título de sendos posts-artículos (sobre mi visión-opinión-punto de vista de una realidad). Extrapolemos todo lo dicho a sendos personajes, y sumemos al montante el trasfondo del Caballero Oscuro. Cada uno sacará conclusiones, las pocas o las muchas precipitadas o meditadas, poco importa el orden. Y mira, incluso en esto de las conclusiones hay maniqueísmo: las pocas o las muchas. Pero no nos equivoquemos: en nuestras palabras no se haya el maniqueísmo del que pecamos (u adolecemos), sino en nuestros hechos. Nuestro mundo, como ya dijera Wittgenstein —y a lo que me sumo—:

Es todo lo que es el caso.

[El mundo] es la totalidad de los hechos, no de las cosas.

[El mundo] está determinado por los hechos y por ser estos todos los hechos.

Etcétera.

Wittgenstein decía también que los límites de nuestro mundo son los límites de nuestro lenguaje. Piensen en cuánto nos limita no conocer la totalidad del lenguaje (no hablo ya de otros idiomas, sino del nuestro propio). Con todo, pese a maniqueo, nuestro verdadero maniqueísmo se encuentra en los hechos, y no en las palabras.

Tanto el señor Evo Morales como el señor Juan Manuel Sánchez Gordillo, a tenor de lo expuesto y desde mi particularísimo punto de vista, han pecado sobremanera de maniqueos. Sus fines, lícitos, desde mi particularísimo punto de vista, no están justificados por sus medios. Piensen ahora en la absurda y arbitraria insurrección —por ser generoso con los términos— que propone El Caballero Oscuro, y entonces, solo entonces, quizás mis palabras tengan algún sentido para ti, lector.

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